Recapitulando las entradas anteriores, Martín trabaja para el hospital sólo 2 meses (agosto y septiembre de 1854), su hijo Vicente le sustituye de inmediato siendo el primer sueldo que recibe del Hospital. Por otro lado tenemos la contribución de 1852, que indica que Martín paga una cuota por industria de sangrador. Existe en esta historia un «vacío» laboral desde que Martín es maestro barbero en 1825 hasta 1852. 27 años de profesión que hasta el momento no ha sido posible documentar.
Sí está mejor documentada aunque también con muchos vacíos por pérdida de documentación, la historia del Hospital San Juan de Dios.
EL HOSPITAL DE SAN JUAN DE DIOS DE MÉRIDA (Por Pilar Peñafiel Mateos)
El Hospital de San Juan de Dios para enfermos pobres nació bajo la advocación de Santa María con el nombre de Hospital de Nuestra Señora de la Piedad, según López Gómez entre los años 1494 y 1520. Mejora este Hospital en mucho cuando un vecino de la ciudad, Francisco de Bustos, en 1550, le dejó su hacienda y a la ciudad por patrona.
En el año de 1624 el hospital es agregado a la congregación de San Juan de Dios, que unos años antes habían fundado otro hospital en la ciudad y que desapareció con la muerte de los frailes a consecuencia de una epidemia de peste. El patronazgo que ejercía el Ayuntamiento consistía en el nombramiento de dos regidores encargados de los asuntos del hospital controlando el estado de los mismos. Al mismo tiempo, de los caudales municipales, se pagaba a dos médicos cirujanos obligados a atender a los enfermos de la ciudad y pasar por el hospital a visitar a los pobres. Las medicinas se contrataban con un boticario también asalariado por la ciudad.
El hospital en manos de la congregación puso desde un principio enfermería con veinte camas que se fueron ampliando a lo largo del siglo XVII y XVIII, no sin apuros económicos que en ocasiones se solventaban con donativos y obras pías de particulares y otras con la intervención directa de las arcas municipales.
El personal del Hospital lo componía el Prior de convento y entre 4 y 6 hermanos que hacían las veces de enfermeros e incluso en alguna ocasión hubo alguno con buenos conocimientos en cirugía. También tuvo personal laico; en concreto en alguna ocasión se nombra la figura de un criado y de una lavandera.
Durante la Guerra de la Independencia el convento-hospital sufrió graves desperfectos y desaparecieron prácticamente todas las escrituras de su archivo, como así lo atestigua en 1818 el Prior del Convento Fray Rafael Diéguez. La reformas políticas del trienio liberal (1820-1823) supuso la extinción de la Orden de San Juan de Dios por lo que el Ayuntamiento se hace cargo de todas sus rentas y de la completa administración del Hospital quedando revocada esta situación por Reales Ordenes de 11 y 12 de julio de 1823 y volviendo a manos de la congregación todos sus bienes y asistencia en el Hospital. Pero esto no sería sino el primer tropiezo con las nuevas ideas políticas de la congregación religiosa, en seguida se vería afectada por nuevas leyes desamortizadoras.
Después de las Desamortizaciones de Mendizábal (1836) y de Madoz (1855), muchos conventos e iglesias se abandonaron, algunos fueron derribados por su estado ruinoso y, otros, se reutilizaron. Uno de estos edificios, era el Convento-Hospital de San Juan de Dios, fundado por la Orden Hospitalaria del mismo nombre hacia el año 1599. Estaba ubicado en la confluencia de las actuales calles San Juan de Dios y Sancho Pérez. Se terminó de construir definitivamente en 1768, como deja constancia una placa conmemorativa de tal hecho, a la entrada de lo que era la iglesia del convento. Dice lo siguiente: “se empeso esta obra en el año 1764 i se remato el año del señor de 1768 ave maría”. Actualmente es la sede de la Asamblea de Extremadura.
LA EPIDEMIA DE CÓLERA Y LA MUERTE DE MARTÍN EN 1854
En cuanto a su fallecimiento por cólera, no sabemos si ocurrió en la casa o en el hospital. Lo más probable es que siendo empleado del hospital contrajera la enfermedad mientras trabajaba y pasara de ser empleado a enfermo. El cólera es una enfermedad contagiosa intestinal muy brusca que aparece sin apenas periodo de incubación. El mayor problema es la pérdida de agua y electrolitos que ocasiona una rápida deshidratación, tan rápida que, en los casos más graves una persona completamente sana, 24 horas después podía haber muerto. Por tanto, el tratamiento más conveniente y más efectivo es una adecuada rehidratación mediante sueros salinos vía oral o intravenosa. Una segunda medida puede ser la administración de los antibióticos adecuados para erradicar la bacteria. Como es de imaginar, estas medidas que hoy nos parecen tan habituales, no lo fueran tanto o al menos tan inmediatas a mediados del siglo XIX, de ahí que tantas personas perdieran la vida rápidamente sin poder hacer nada por salvarles.
Se mandó dar sepultura a Martín en el campo santo de la misma iglesia Santa María la Mayor situada junto a la Plaza de España. Según información facilitada por los técnicos del Archivo Histórico Municipal, el cementerio estaba situado en la misma plaza, por lo que desapareció con la urbanización de la misma. Desconocemos el motivo por el que se dio sepultura a Martín en este lugar, pues la Junta Local de Sanidad había estipulado que se hiciera una gran zanja en el viejo cementerio donde pudieran ser enterrados los cadáveres afectados por cólera. Este era el antiguo cementerio de la Trinidad, situado en las proximidades del Calvario, en aquel tiempo a las afueras de la ciudad. Hoy en día estos terrenos los ocupa el CEIP Federico García Lorca en el número 40 de la calle del Calvario. Muy cerca de allí había una ermita en la que se habilitó un hospital de coléricos. Este cementerio de clausuró en 1868 y se trasladó a la derecha de la carretera de Cáceres donde todavía hoy se encuentra.
A continuación el certificado de defunción:
A falta de documentación que asegure si Martín regentó una tienda propia de barbería o no, puede aventurarse que este maestro barbero fue relativamente popular en su época. Es llamado de manera extraordinaria para prestar su ayuda al Hospital en tiempos de cólera, por delante de los otros nueve barberos de la ciudad; fue, de forma sorprendente, alcalde de barrio durante más de diez años y, curiosamente, era competencia de estos, el control de las licencias para abrir barberías; transmitió su profesión a su hijo Vicente, que ejerció como único barbero del Hospital y de la Casa de Dementes durante más de tres décadas…
Como último apunte que permita esbozar un perfil personal a Martín Solís Puerto, cabe mencionar otro documento presentado al Ayuntamiento por él mismo con fecha de 1843, en el que suplica se borre su nombre de la lista de candidatos para diputado a Cortes. Lejos de hacer sombra a la trascendencia de los Macías, Rabanal Brito o Sáenz de Buruaga entre otros ilustres ciudadanos emeritenses, la figura de Martín Solís como la de otros muchos vecinos anónimos, bien merece ser desempolvada de nuestros archivos y ser puesta al alcance de todos.