No podría elegir a ninguno de mis antepasados como «favorito», pues por todos ellos tengo mucho interés, aunque es cierto que la figura de Martín me produce cierta admiración especial. Fue el último de una saga familiar (por su línea paterna) que nació, creció y murió en Carmonita. Se convirtió en el primero de su linaje que salió del pueblo y se dirigió a la ciudad, Mérida, donde desarrolló su vida. Hasta dónde yo he llegado a día de hoy, creo que puedo afirmar que llegó a tener cierto reconocimiento, aunque fuera entre la gente de su barrio…pero, si Mérida tenía menos de 4.000 habitantes en la época de Martín, ¿podría decir que lo tuvo en casi toda la ciudad? Existen varios indicios que me llevan a pensarlo así. Los vamos a ir viendo a lo largo de varias entradas.
Nacimiento e infancia (1804-1812/18)
Martín Solís Puerto (1804-1854) —cuarto abuelo del que escribe—, había nacido el 19 de septiembre de 1804 en Carmonita (Badajoz), en el seno de una familia de campesinos y ganaderos oriundos de esta pequeña población rural, al menos desde finales del siglo XVI. era hijo legítimo de Juan Solís y Solís, natural de Carmonita (Badajoz) y de María Puerto Pabón, natural de la villa de Alcuéscar (Cáceres). Fue bautizado el 20 de septiembre en la parroquia de Santa María Magdalena de Carmonita. Sus abuelos paternos fueron Martín Solís Alonso y María Solís Solís, naturales de Carmonita y los maternos fueron Miguel Puerto e Isabel Pabón naturales y vecinos de Alcuéscar.
En el contexto de la Guerra del Francés (1808-1812), los campos quedaron arrasados y la pobreza en toda la región agravó los ya mermados campos extremeños desde principios de siglo, e hizo que muchas familias de entornos rurales emigraran a las ciudades en busca de un mejor futuro.

SUS PRIMEROS E INCIERTOS AÑOS EN MÉRIDA (1818 – 1824)
En algún momento a partir de 1818 Martín llega a Mérida. El 15 de julio de 1824 se toma registro de los habitantes de la vivienda de un tal Fernando Bravo, natural de Mérida de 33 años, casado, de profesión barbero, domiciliado en la calle del Puente. Con él vive un joven Martín de 19 años, soltero, oficial de barbero, seis años residente en la ciudad. En 1825 vivía en la misma calle pero ya independizado de su maestro y está casado con la emeritense Rosa Gallego Rodríguez (1803-1860).
Para intentar comprender este gran paso en la vida e historia familiar de Martín, conviene remontarse hasta la Edad Media. Desde aquella época era costumbre en familias de zonas rurales enviar a alguno de los hijos bajo la tutela de un maestro o artesano de las ciudades para que éste les enseñara su profesión. Si el artesano pertenecía a un gremio estable, esta cesión solía hacerse por contrato firmado por ambas partes. El muchacho se comprometía a cumplir las órdenes de su maestro, y este, a cambio, le ofrecía alojamiento y manutención. Los barberos realizaban su aprendizaje según la estructura gremial tradicional, si bien, para poder ejercer profesionalmente, debían someterse a pruebas de carácter teórico y práctico ante un tribunal médico oficial. Si por el contrario, lo hacían sin acreditar la instrucción necesaria, eran multados gravemente. Los barberos debían dominar las artes de “barbear, hacer el cabello, sangrar, echar ventosas y sanguijuelas, y amolar toda suerte de herramientas, lancetas y navajas, […] siendo expertos además en acicalar, bruñir, dorar y pavonar dagas y espadas y hacer sus vainas”. Normalmente, formaban parte del personal laboral de los hospitales.
LOS BARBEROS HACEN PIÑA
Es curioso comprobar a través de los datos que ofrece el registro del padrón histórico de habitantes de la ciudad, —que contaba con algo más de 3.000 habitantes después de 1812— que en 1824 existen en la ciudad en torno a diez barberos, de los cuales siete viven en la misma calle que Martín, y otros dos en la calle Morería. Esta proximidad entre ellos hace pensar que podían estar asociados o agremiados, lo que les permitiría gozar de cierta seguridad frente al intrusismo profesional. En efecto, es conocido tradicionalmente que los Santos Cosme y Damián han sido los patrones de médicos, cirujanos, boticarios y barberos-sangradores, y a lo largo y ancho de toda la península existieron cofradías bajo la advocación de estos santos, adscritas a las parroquias locales. Ha sido posible hasta la fecha, documentar una sola tienda de barbería en Mérida durante el siglo XIX, así lo afirma un documento encontrado en el Archivo Histórico Municipal de Mérida. Se trata de una solicitud fechada en 1858, presentada por maestro barbero Antonio Barrios residente en la calle del Puente.
Sin embargo, nada se sabe acerca de la manera en que Martín ejercía su profesión como barbero en estos primeros años y, no es hasta 1854 cuando aparece en la nómina del Hospital San Juan de Dios, como sangrador del mismo. Llama la atención, que no conste en los libros de cuentas del hospital nada más que como empleado en el mes de septiembre de 1854, sustituyéndole su hijo Vicente Solís de forma inmediata el mes siguiente. Fue este año cuando la segunda de las tres oleadas de epidemia de cólera azotó el país y, la provincia de Badajoz no quedó libre de sus desoladores efectos. Todo parece indicar que Martín no era empleado del Hospital, pero el entonces director del Hospital, el médico Agustín Fragoso —también vecino de Martín— solicitaría su ayuda para atender a los numerosos enfermos de cólera, lo que le llevó a contagiarse provocándole a la muerte en pocos días.
Continuará…